HENRY ARIAS
En su trabajo hay como una frescura de romanza, un encanto localista propio del ingenuo primitivismo
Por Mario Rivero
Dentro de esa enorme complejidad a que ha llegado el arte actualmente, parece subsistir sin embargo, un islote, un dominio, una reserva, que se conserva y se perpetúa sin desarrollo ni modificación. Es la del arte primitivo o ingenuo. Esa esfera pura y natural de la pintura, que se sustenta sobre una tradición de gracia, empírica, y no sobre una tradición de enseñanza; que con más o menos intensidad florece en todos los países del mundo, y que nuestro siglo XX se precia de haber rescatado e incorporado al repertorio universal del arte moderno.
La ingenuidad de visión, es, como su nombre lo indica, una facultad por lo general innata y desprovista de intelectualización. Por esto es muy frecuente suponer que los ingenuos, son sólo pintores instintivos, intuitivos, y que sus aptitudes estéticas constituyen un don natural, con rasgos que sólo pueden provenir del pueblo, y como un fenómeno de cultura, cuyos autores no puede rescatar del anonimato la historia de la pintura. Pero la ingenuidad de visión está muy lejos de pertenecer a una determinada geografía; a una determinada circunstancia de orden social o económico. En su seno se alojan ampliamente, lo mismo, Hipólito, entusiasta adepto del Vudú, en Haití, que “Grandma” Moses en el cosmopolita y ultra civilizado Estados Unidos, o el “Aduanero Rousseau” francés y amigo de los maestros Cubistas, quien llevó al ingenuismo al plano de jerarquía que conquistó y en que le conocemos actualmente.
Porque la necesidad de pintar de modo espontáneo o ingenuo, también suele presentarse en el terreno culto, en algunos artistas modernos en quienes existe la predisposición para comprender profundamente las bellas imágenes del creador primitivo, viviendo y actuando al lado de la pintura culta, poniendo su timbre de honor en su propia indigencia siempre la misma en todas las latitudes y en todos los tiempos. Porque el trabajo que se enorgullece en realizar el pintor primitivo es excepcionalmente inocente y por lo tanto grato,reconfortante. La ayuda que la pintura ingenua presta al ojo fatigado por el tumulto de las variaciones estéticas del momento, equivale a la que el folclor y el jazz han prestado a la música, en su voluntad de constituirse su estilo moderno. También allí brota esa ayuda de frescura, de fecundante naturaleza que no rehúye ningún elemento nuevo. Que absorbe en sus versiones fértiles elementos de las más variadas morfologías. No vayamos pues a querer agregar nada a esa frescura, a esa sencillez de un buen primitivo. Por favor, no pidamos ningún mejoramiento. Ninguna perfección a su imperfección. Ella no es susceptible de ningún “progreso”, que sería desde luego falso y casi sacrílego. Lo que encanta y fascina al ojo constituyendo su invariable encanto es precisamente su frescura, su sugerencia, su imperfección. Visiones que sin duda poseen un encanto amable y casi “bienaventurado”, por fuera de nuestra visión erudita de los medios y procesos artísticos.
En la referida categoría de pintor que ha huido del ámbito del arte “culto” para situarse en el sitio que le corresponde por sus valores auténticos, debemos considerar a HENRY ARIAS, un primitivo que está conquistando nombre fuera de las fronteras de la patria. Un artista sui géneris, un maestro popular de la realidad, en cuyo trabajo transido de fuerza popular y de sencillez, hay como una frescura de romanza, un encanto localista propio del genuino primitivismo. ¿Habría que decír entonces, que esta pintura ingenua, es como una especie de “curso nocturno” o de forma “degradada” de pintura moderna? Quien se acerque a la obra de Henry Arias la contemplará (como exige) con minuciosidad y con gusto, para descubrir en ella, en esas diminutas y distintas figuras que la pueblan, a los campesinos en sus labores manuales, las fiestas y regocijos públicos, el mercado dominguero, la manifestación política, la llegada del circo; las cometas, las mariposas, el cura, carretas de hortalizas y toldos de comestibles, animales, y hasta el fakir de turno…
Raramente se encuentra una pintura trabajada con tanto placer, con tanta prolijidad, sellada con la inconfundible gracia del primitivo. En forma inmediata su obra encanta, por la temática, buscada íntegramente en la cantera popular colombiana; por el hermoso empleo del color y la luz; por esa necesidad suya de rescatar nuestra raíz vernácula, de integrar devotamente en lo pictórico, de acuerdo con bellos esquemas primitivos la existencia y las costumbres y paisajes del pueblo colombiano; no con un exotismo o un indigenismo de pacotilla, sino como creador natural, como creador folk, consciente e individualizado, en procura de materiales extraídos de una nacionalidad de la cual ya no van quedando sino fragmentos. Y con respecto a ésto último agregaría que de igual modo que los Cubistas, en la cima de sus sabias especulaciones plásticas, se dejaron cautivar por la gracia exótica de un Aduanero Rousseau, lo que hoy en día se busca por parte de los extranjeros, en nuestros paisitos “bananas”, sin tradición plástica original; lo que interesa verdaderamente en la producción americana actual, son estos maestros ingenuos surgidos aquí y allá. Se busca lo primitivo en el propio terreno en que se genera. Y recordemos, de paso, que aun en el caso de un Fernando Botero, por más parisiense y ducho que se haya vuelto, es decir a pesar de su universalismo, son los rasgos provinciales que se detectan, el fondo autóctono del cual ha surgido su invención plástica, en una línea en la que, al lado de la disciplina del artista culto, hay la absorción de los jugos de una savia primitivista, que la tiñe con su sano y robusto vigor, lo que fascina a los ojos que disfrutan el Kitsch por su oferta de amenidad, esto es por su técnica festiva, por sus temas y su sustrato sociológico.
Durante muchos años la pintura primitiva en el país rodó anónimamente por fondas y caminos, sin que nadie le prestara atención. Considerada simple expresión subalterna degenerada, exenta de valores técnicos y estéticos. Pero desde Noé León, se ha venido aprendiendo poco a poco en el país, a gustar de este arte “Naive” o primitivo que en países de tradición, al lado de las formas consideradas superiores entra a formar parte del acervo cultural de los pueblos. Para quienes amamos el trescentos Catalán y Germano; el “cuatrocentos” italiano, o el sentimentalismo barato y burlón del Kitsch; los que no hemos superado tal vez el anhelo de un país de las hadas, o una nueva Jerusalén imaginada como una linda y abigarrada tarjeta postal, disfrutaremos de esta belleza pura, casi infantil de la obra de Henry Arias, que no es nueva ni única, pero que posee su sello personal, inconfundible. Un mundo pleno de sugestión, de color y de fantasía, que nos narra sucesos típicos, acontecimientos lugareños. Un mundo al cual se debe Ilegar, como al de todos los primitivos auténticos, con cierta amable complicidad, a la manera del niño que espera con gusto, el relato del mismo cuento ya sabido.
Este mundo rescatado, realizado y sentido por Henry Arias, nos coloca en la ruta de un auténtico arte primitivo. Nos demuestra que a la expresión folclórica, al Nativismo, se le puede dar el tono de la propia individualidad, sin hurtarle nada de su gracia prístina y su frescura.
Mario Rivero
Tomado de la Revista Diners No.131 de febrero de 1981
Henry Arias : De los primitivos colombianos es probablemente uno de los más sugestivos y de mayor sinceridad y frescura.
por Mario Rivero
La pintura primitiva es una pintura sin ninguna complicación mental, de resultados y planteamientos totalmente inocentes. Inmensamente antiguo e inmensamente actual, al llamado arte “Naif” o primitivo no puede dársele otro significado que el de un devertimento estético, al no pretender superar, sus intérpretes, el límite objetivo de ciertas realidades humildes, dentro de una especial filosofía de la vida, un especial concepto de la existencia y del mundo. Es pues ésta, una forma expresiva, que obviamente, no puede estar sujeta a la crítica, al análisis formal, como tampoco está sujeta a una determinada geografía, tiempo o modalidad social, pues los artistas primitivos aparecen en cualquier época y bajo cualesquiera circunstancias históricas. En Haití existen especialmente dentro de una verdadera línea de continuidad, como una tradición que se mantiene, con Benoit, Giles, Duffat, Obin, y el más famoso de todos Hipolitte. En Esta dos Unidos tenemos a la conocidísima “Abuela Mosses”, en el Brasil a Valentim, y a Antonio Maia, y en Honduras a José Velásquez “el peluquero de Oriente”, con su Escuela formada por hijos y parientes cercanos.
En Colombia la Escuela Primitiva comienza con Noé León, el policía devenido pintor y continúa con Román y con Luis Roncancio, Los Barandica y Henry Arias, entre otros de menor renombre.Todos ellos pintando en estado de ingenuismo, es decir de simplicidad, de gracia natural, sin probar de ningún “árbol de la ciencia”, como pertenecientes, que son, a un arte sin escuela, sin desarrollos ni modificaciones, que repite sus esquemas reducibles a casitas, mercados, flores, y figuras tiesas como de palo, colocadas generalmente en registros superpuestos, al modo como lo hacen los niños, y como lo hicieron los antiguos egipcios.
De los primitivos colombianos HENRY ARIAS es probablemente, uno de los más sugestivos, y con mayor sinceridad y frescura. En este momento su trabajo gira en torno a la obra de García Márquez. Su estilo infantilista recupera con gracia maravillosa, con el énfasis y la alegría que corresponde a su menester plástico, el mensaje de un Macondo de deliciosa plasticidad. Tematiza el mundo de nuestro García Márquez como corresponde, de un modo mágico, surreal, pues sin duda las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia, o el vuelo de Reme dios La Bella, en fin la magia alegre de la anécdota, o la fascinante idiosincrasia de los personajes Macondianos, posibilitan ideas aptas para ser visualizadas en un clima primitivo. En cuanto pintura, que transforma espontáneamente la visible realidad de personas y cosas en realismo mágico, borrando las fronteras entre verdad y mito, entre realidad y fantasía, en un intento de aproximación que transforma lo representado, en lo completamente “otro”, percibido como algo lejano y distinto, pictórica mente, de la pintura “sabia”.
Tomado de la Revista Diners No.156, marzo de 1983
Quienes han intentado enmarcar a Henry Arias dentro de un estricto marco de pintura primitiva, han debido encontrar en sus temas, en su color, y en su tratamiento, más de un argumento contradictor por Mario Rivero.
Hace algunos años tuve una sorpresa y una intuición. En plena calle 60, en mediodel surgir del movimiento hippie, encontré unos cuadros sin pretensiones, pero con valores realmente ponderables dentro de esa condición de expresión, un poco torpe pero enternecedora que marca la pintura llamada Primitiva. Este fue mi primer encuentro con Henry Arias. Me cuesta trabajo ahora, cuando veo sus cuadros colgados en importantes colecciones del país y del exterior, evocar a este joven pintor tímido, intuitivo, que hace algunos años, estaba perdido en el anonimato de un primitivismo en bloque, empeñado en esa labor solitario y “jornalero” del pintor anónimo, sin ninguna obsesión por el reconocimiento. Hoy, las cosas han cambiado fundamentalmente. y no hablo sólo de su venta, de su gran aceptación y valor comercial.